googleec0300c30f0b2b44.html Indígena de la tierra.: octubre 2013

martes, 1 de octubre de 2013

El joven pastelero.

En una calle olvidada, entre una zapatería y una tienda de abrigos se encuentra la tienda de un joven pastelero. Sus pasteles son famosos, toda la gente de la ciudad, tanto nobles como pobres, disfrutaban de lo deliciosos que eran:

-¡Que pasteles más ricos, son creados en el horno de dios!- dice un medico gordinflón.

-No coma tantos o un día necesitara un medico que le cuide a usted- le contestó el joven pastelero entre carcajadas.

-No diga tonterías pastelero. Por que no me pones para llevar seis pasteles de crema, tres de mantequilla de cacahuete y otros cinco de mermelada de arándanos y canela.

-No puedo, tengo que guardar un poco para los niños del orfanato. Ayer les prometí que les llevaría sin falta una docena de mis mejores pasteles.

-Joven pastelero, como siga así se va a morir usted pobre-dijo el medico mientras se marchaba torpemente por la puerta de la tienda comiéndose mientras tanto un pastel de fresa y caramelo.

El pastelero cerro la puerta al salir el medico y echo la cerradura para poder así prepararse para ir al orfanato. Cuando anochecía el joven pastelero se dirigía a las zonas pobres de la ciudad para regalar sus tan venerados pasteles. Los niños corrían detrás de su carreta, mientras cantaban: "Joven pastelero, joven pastelero nuestra hambre necesitamos saciar, denos pasteles que ni siquiera necesitemos masticar" Desde los más grandes que tenían bebes a sus espaldas a modo de saco de patatas, hasta los mas pequeños de cinco años que corrían como una jauría de perros nublando las calles con el polvo que producían sus pies descalzos al tocar el suelo, todos reían al paso de la carreta.

Los padres de familia sentados en el atrio de sus humildes casas saludan al pastelero mientras fuman tabaco negro en su vieja pipa. Algunos ancianos se entretienen jugando una partida de cartas en mitad de la calle con un barril a modo de mesa. El pastelero recorre las calles y una gran nostalgia le llena todos sus pensamientos. Hacia ya diez años que se marchó de aquel lugar, pero siempre guardaba un sitió para su infancia en su memoria:
       Su madre preparando la masa con la que ahora, famosa ya, el realizaría sus pasteles. Su anciano padre sermoneándole debido a que pasaba mas tiempo en la cocina, con las mujeres aprendiendo a cocinar, que leyendo un libro sobre leyes o matemáticas. "Si quieres llegar a ser alguien mas vale que te pongas a estudiar aritmética o estudies abogacía como lo hace tu hermano pequeño.." Le replicaba sin parar mientras que con su mano, mas dura que una piedra debido a su trabajo como minero, le azotaba en el trasero. Sus hermanas pequeñas, gemelas las dos, no paraban de gastarle pesadas bromas y le trataban como si fuera una mujer debido a su vocación como cocinero. También a su hermano, un año mas joven que él, que estudiaba desde muy pequeño para ser un gran abogado y poder defender a los grandes nobles de la ciudadela o incluso, quien sabe, a lo mejor a un descendiente de la reina, con sangre azul. Pero sin duda a la que mas recordaba era a su madre.

"Me enseño todo lo que sé" Pensó el pastelero hacia sus adentros intentado a su vez  no llorar.

 En la única fuente que había en la zona estableció su carreta y con los últimos rayos de sol, que pasaban rozando su cabeza, colocó un par de farolillos para poder ver después, cuando la oscuridad se adueñara de todo. No tardaron en llegar, pues no estaban lejos, los primeros niños corriendo. Se apresuro para cerrar la carreta y colocar una tabla. "Vuelvo en breve" Cogió una cesta con un montón de pasteles y se adentró por las callejuelas de la ciudad. Llego a una vieja y humilde casa que apunto estaba de derrumbarse de no ser por los arreglos que habían realizado el y un carpintero años atrás. Cuando entró, tres niños encapuchados con sombreros y apuntando con palos a modo de pistolas le pidieron a cambio de su vida los pasteles. El joven pastelero riéndose dejo la cesta en el suelo y subiendo las manos pidió clemencia. De repente en el fondo del pasillo apareció una mujer con un bastón tan encorvado como su cadera.

-¿Creéis que esta es forma de tratar a nuestro invitado?

-No hay piedad con forasteros-dijo un niño, mientras se sujetaba el sombrero con una mano en forma de saludo.

-Pero si asesináis al joven pastelero, ya nadie mas hará esos deliciosos pasteles que tantos os gustan-replicó la pobre anciana siguiéndoles el juego.

Un niño dudo por un segundo y al temblar su mano el joven pastelero vio su oportunidad, agarro al niño por la mano, robándole al instante su poderosa arma. Sujetándole a la altura del hombro y todavía de rodillas, les pidió al resto de asaltantes que bajaran sus armas. Era una situación muy tensa, los ojos de los asaltantes se cruzaban sin parar comunicándose mentalmente, no hacia falta hablar.

-De acuerdo, bajaremos nuestras armas, pero los pasteles nos los quedaremos hasta que no sueltes a nuestro compañero.

Fue una transacción bastante limpia. Al instante que el joven pastelero soltó al asaltante los otros dos le devolvieron sus pasteles. Juntos, los tres, salieron corriendo por la puerta que daba a un gran salón disparando a indios imaginarios. La anciana, pidiendo perdón se acerco al joven pastelero:

-¿Bromeas? No me lo pasaba tan bien desde mi cumpleaños-dijo el pastelero riéndose.

El joven pastelero le entrego los pasteles que tantas ganas tenían los pobres huérfanos por comer.

-Mañana traeré muchos mas, debido a un último pedido solo he podido conservar estos. Pero te aseguro que mañana madrugare para poder traerte tantos pasteles como niños duermen aquí.

-Muchas gracias, pastelero. No se como agradecerte lo que haces por estos pobres huérfanos.

-No tienes porque agradecerme nada, con su gratitud y su felicidad me es mas que suficiente.

La anciana besó catorce veces al joven pastelero que al instante salio mareado del fuerte perfume que usaba. Al salir de la casa, respiro profundamente y con la espiración sintió como parte de su felicidad se quedaba en aquella casa. Se dirigió igualmente feliz a la plaza donde se hallaba una multitud cuantiosa esperando sus pasteles. Los niños mayores se habían colocado a sus espaldas a los mas pequeños para que así el joven pastelero les diera con mas facilidad mas pasteles. Vio con claridad como a la mayoría de niños se les marcaba las costillas y los hoyuelos, e incluso sus rodillas eran mas gruesas que sus muslos. No podía entender como aquel hermano mayor, con aquellos flacos brazos y esa frágil espalda podía mantener al niño. Al instante el joven pastelero se coloco su deslumbroso gorro blanco, que tanto le caracterizaba, y se dispuso a repartir todos los pasteles que había traído que si tenia bien la cuenta seria unos trescientos. Repartió primero sus famosos bollos de caramelo, fresa, y viruta de colores, desapareciendo en apenas unos segundos treinta y cinco pasteles. El hambre no quitaba la generosidad; los mayores que ya tenían pasteles dejaban hueco para los pequeños que se situaron atrás debido a su estatura. Todos y cada uno de los niños recibió un pastel. Todos eran felices, en aquella hora y en aquel lugar olvidaban por un segundo su pobreza para ser lo que eran, simplemente niños.

Al terminar de repartir todos sus pasteles se dispuso a cerrar su carreta, la cual se abría por un lateral. Debía de recoger también el gran mantel pintado en el cual ponía "Pasteles de la felicidad". Ya había recogido el mantel y se disponía a cerrar la carreta cuando oyó llorar a un joven niño. Se giró atormentado, no se lo podía creer, había traído demasiados pocos pasteles. Cerró con rapidez la carreta y se giró para ayudar al pobre niño.

-¿Porqué lloras joven niño? Dime, si tu desdicha es un pastel, te prometo que mañana con la primera luz del día, antes de que cante el primer gallo, tendrás el mas rico y mas sabroso que jamás hallas probado.

-No es un pastel lo que busco, joven pastelero, sino una cura para mi madre que lleva en cama mas de una semana. No se cura y esta muy enferma-dijo el niño secándose las lágrimas con el harapo que tenía como camisa que hacia a su vez de pantalón, pues sus piernas iban desnudas desde la punta de sus dedos hasta donde terminaba la camiseta.

-Conozco a un medico muy bueno. Es un gordinflón muy hablador, pero sé que es de los mejores que puedes encontrar en la ciudad. Es muy buen amigo mio y se que por un par de pasteles sería capaz de curar a tu madre.

-¿Enserio, joven pastelero?¿Hablas enserio?-dijo el niño echándose a llorar a los brazos del joven pastelero.

El joven pastelero, echo a llorar debido a la emotividad de aquel abrazo. Sintió, también, al instante, el insoportable y penetrable olor del niño, que debía llevar sin ducharse desde la primavera pasada. Pero aún con nauseas mantuvo su abrazo durante un gran rato y aunque no lo comprendía era feliz.

Subió al niño a su carreta, la cual inundo con agua y jabón, y echó,como quien echa a un perro a lavarse, al pobre niño dentro que daba vueltas por toda la carreta debido a los baches del viaje.

-Tardaremos muy poco en llegar a la casa del medico-le dijo el pastelero sonriendo, dando al instante azotes a sus dos caballos para que fueran mas rápido por la calzada.

Las ruedas de las carretas parecían que en cualquier momento iban a salir disparadas en cualquier dirección, los caballos jadeaban del cansancio y el niño gritaba clemencia en el interior de la carreta. De repente los caballos frenaron en seco y el niño fue a dar contra la madera que impedía que el agua diese al pastelero. Por un rejilla que había asomo el pastelero su cabeza.

-¡Aprisa, el medico tiene que estar apunto de irse a dormir!

El pastelero dejó al niño un saco de harina vacío a modo de ropa ya que la otra estaba llena de chinches y pulgas. Y juntos, corrieron a la puerta del medico. Aporrearon la puerta como si un demonio les persiguiera y al instante una voz grave pero femenina se oyó desde lo que parecía la sala de estar.

-¿Quiénes sois y por que aporreáis mi puerta de esa manera?

-Buenas noches señora, perdone mis modales pero necesito hablar con su marido urgentemente.

-Mi marido se ha ido a dormir, si no le importa venir mañana, le estaríamos agradecido.

-Perdone, pero esto no puede esperar. Dígale que tendrá cuántos pasteles quiera, que yo mismo se los haré.

De pronto, rompiendo el silencio de la casa, se escucho un estruendo, como si un piano se cayera desde un segundo piso. El suelo retumbaba y parecía como si una estampida de elefantes se acercase hacia ellos. Entonces, y en calzoncillos, apareció el medico en lo alto de la escalera.

-¿Serán todos los que yo quiera?

-Todos-respondió el joven pastelero.

-Mujer tráeme mi maletín voy a colocarme algo encima. También traeré algo de ropa para ese pobre muchacho.

-Pasen, pasen-dijo la mujer del medico-Niño, ¿Quieres un chocolate caliente? Es traído de las Américas.

-S.. Sí.-respondió el niño tartamudeando. Nunca había probado el manjar de las américas y estaba a punto de probarlo y además no tenía que pagar por ello. "¡Que buena es la gente de la alta sociedad!" pensó.

Cuando se disponía a probar el manjar apareció el medico por el pasillo con un atuendo mas de su profesión: un traje negro, encima de una camisa blanca y una corbata de seda proveniente de las indias además de un bonito pantalón beis sobre unos zapatos limpios negros que brillaban a la luz de las velas.

-¿Hacía dónde tenemos que ir joven pastelero?¿A quien tengo que curar?

-A la madre de este pobre muchacho. Es en el barrio pobre de la ciudad, espero que no le importe.

-Eso aumentara el número de pasteles que le pediré mañana. Pero no importa, vayamos entonces, que no digan que nos demoramos por mí.

Cogió el medico al pobre niño por los hombros y le coloco encima una camisa blanca y unos pantalones negros, aunque le quedaban grandes era la primera vez que el niño sentía que llevaba puesto ropa realmente limpia.

Subieron los tres a la carreta, por la parte de adelante. El medico al subirse observó por la rejilla el agua mugrienta que yacía en el interior de la carreta. Con cara de espanto miro a sus dos compañeros los cuales miraban sin girar la cabeza hacia en frente con un tono sonrojado en las mejillas.

Llegaron a la casa del niño cuando la Luna se situaba en sus cabezas. Los búhos rompían el silencio con sus tenebrosas voces. Al llegar, el pensamiento que les vino a la cabeza al medico y al pastelero fue la misma: Aquella mujer debía de padecer la peste.

Al entrar en la habitación el muchacho entro primero corriendo, postrándose en una cama en la cual yacía un cuerpo seco, deshidratado y con la mirada perdida.

-Madre, este hombre ha venido a curarte-decía el niño sujetando su huesuda muñeca.

-Aparte por favor al niño, sáquelo de la habitación. Necesito concentrarme para saber rápidamente con que enfermedad trato.

El pastelero le dio la razón. Pasaron horas interminables para ambos. Esperaban en el pasillo mientras el niño le contaba al pastelero miles de historias que había vivido su madre cuando era joven. En una de ellas le contó que su madre fue a la guerra y que lucho por una corona que no era la de su casa y que supuestamente era su enemiga. En otra le contó que se enamoro de un marinero italiano que surcaba los mares del norte en busca de grandes ballenas y que le decía que aquel era su padre. "Hijo de un marinero, se puede estar mas orgulloso" le decía continuamente el niño al pastelero.

Al mismo tiempo de aparecer el primer rayo de sol por la ventana también apareció el medico por el pasillo. Su cara mustia y apagada no parecía traer buenas noticias.

-Vivirá, pero no por mucho tiempo-le dijo al oído el medico al pastelero.

La mirada del pastelero fue a parar al pobre muchacho el cual sobrecogido no sabía que respuesta esperar. Las lágrimas brotaron del pobre muchacho, al oír aquella terrible noticia. El pastelero se quedo abrazándolo durante varias horas después del que el medico se fuera a descansar a su casa. Aquel día el pastelero no fue a trabajar, aunque recordó varias horas después su promesa con el orfanato, sabia que debía quedarse con aquel pobre niño. La mañana ya iluminaba la cara de las gárgolas en la catedral de la ciudad, aunque un mundo de sombras y lágrimas aún tenían hueco en aquella humilde casa.

Aunque la esperanza que le dio el medico a la mujer de vida fue de apenas tres meses, no solo vivió mas, sino que alcanzó la vejez. Nadie nunca supo porque, pero todo el mundo cree que además de felicidad, también trajeron vida aquellos pasteles que traía sin cesar el joven pastelero a la zona pobre de la ciudad. Murió bastante viejo, y debido al amor que repartió, en su honor en el centro de la única plaza de aquella zona de la ciudad, ahora ya vieja, se mantiene inderrumbable una estatua de un joven pastelero con su carreta.

Fin.