googleec0300c30f0b2b44.html Indígena de la tierra.: noviembre 2013

viernes, 29 de noviembre de 2013

Once upon a time

>>Bienvenidos a un día normal en la vida normal de Normus. Despertaba temprano a la salida del Sol por el edificio de la compañía Confort, se dirigía al baño y se daba una ducha con el agua a una temperatura de 50º C. Se vestía entonces con el mismo traje de siempre, una americana gris con el pantalón a juego sobre una camisa blanca y una corbata completamente negra que estaba a juego también con sus zapatos. Desayunaba entonces colocándose la corbata hacia atrás y en su lugar una servilleta, era muy meticuloso con la suciedad de su ropa, aunque tuviera diez pares de camisas iguales en el armario. Desayunaba todas las mañanas dos tortas de maíz y un vaso de leche caliente. Colocaba los platos en el lavavajillas y colocaba la temperatura exacta para que no existiera microbio alguno cuando fuera a comer la semana siguiente con el mismo plato. Se dirigía de nuevo al baño para lavarse los dientes. Se centraba en que parecieran los más blancos posibles. Al enjuagarse la boca y escupirlo en el lavamanos alzó la mirada y se vio a si mismo en el espejo. Aquella mirada inexpresiva. Aquel mismo rostro de hace veinte años de mirada seca y apagada. De color verde se tornaban a medio abrir. Se limpiaba entonces la cara con una toalla y abandonaba a la única compañía que tenía en el hogar. Su reflejo.

Iba al trabajo en chofer. No le gustaba juntarse con la gente de a pie para ir al trabajo aunque ello le acarreara una escasez de dinero bastante notable al final de mes. Era el precio del éxito se repetía continuamente. Al llegar a su oficina saludaba a Dorman, su conserje. Dorman era con la única persona con la que hablaba a lo largo del día aunque solo fuera para decir hola y adiós. Al llegar a su oficina, rectangular como de costumbre, se encontraba en su mesa de aluminio el informe y las llamadas que debía de realizar a lo largo del día. Se servía un vaso de leche caliente y trabajaba durante el largo turno de la mañana. A la hora del almuerzo solía comer dos muslos de pollo a la plancha con un salteado de verduras. De postre una fruta. Al terminar el almuerzo se tumbaba a la sombra de algún árbol que hubiera en el área de relajación de la oficina. Aunque su descanso solo duraba una hora sabía aprovecharlo con bastante sabiduría. Al volver de nuevo a la oficina se encontraba con un informe distinto y otros números distintos que tenía que llamar por la tarde. Normus, se servía otro vaso de leche caliente y realizaba felizmente el trabajo durante toda la tarde. Al atardecer, cuando el sol se pierde entre las montañas terminaba el estresante trabajo de Normus. Cofier, su chofer, le esperaba al pie de la montaña de escaleras que tenia la oficina en su entrada. Al subir al coche Cofier siempre le saludaba por motivos de modales pero Normus nunca le contestaba, simplemente se regía a mirar las estadísticas de las apuestas del partido de anoche. De vez en cuando durante el viaje Cofier podía escuchar a Normus maldecir y gritar en la parte trasera, aunque le sacaba una sonrisa, conocía la actitud y el modo de ser de Normus por lo cual si le hacia una sugerencia él nunca le contestaría, ni siquiera se dignaría a mirarle.

Llevaba a casa feliz o triste  dependiendo de la tabla de estadísticas. Encendía el ordenador madre y revisaba su contestador de voz, cero llamadas, como de costumbre.

  

Abría la nevera y esquivando latas de cerveza cogía del fondo del frigorífico un tetrabrik de leche. Desconocía el motivo por el cual aquellas latas de cervezas llevaban ya meses en su frigorífico. “No recuerdo haberlas comprado” Se repetía sin cesar. Lo que restaba de tarde se la pasaba viendo videos de animales, era su pasión escondida. De pequeño, Normus, quería ser biólogo marino, estudiar todos los animales que escondía el océano y navegar junto a un grupo de delfines a lo largo de costas caribeñas. Quería ver con sus propios ojos una ballena azul e ir al polo sur a conocer a los pingüinos. Quería que las gaviotas le despidiesen en puerto y al volver le saludasen sin preocupación alguna. La vida en el mar, esa era su futura vida. Pero de repente deja su ensueño y vuelve dentro de la habitación. El sonido perturbante del televisor sin ninguna programación. Su vista había cambiado, había vuelto a ser el niño de aquellos años que soñaba con surcar el mar. Se veía a si mismo entre la desfigurada pantalla como un gran capitán de navío. Pero volvía a la realidad, un tono agudo marcaba que la comida del horno estaba preparada. Cenaba. Tomaba otro vaso de leche y se acostaba a dormir para que la noche trajese consigo un día exactamente igual al anterior.>>

martes, 12 de noviembre de 2013

Mi pequeño hogar.

Echo de menos mi casa blanca y me calle corta.
El Sol del invierno, los pájaros de mi terraza,
mi perro ladrando.

Echo de menos las numerosas visitas al día
de parte de familiares.
Y también el sentir el paso del tiempo.

Me siento congelado, me siento parte
de un agua estancada.
Aunque surja la vida, no es la que quiero.

Leyendo, creo viajar de nuevo a mi casa blanca,
pequeña y vieja.
¿Quién me diría hace diez años que te echaría de menos?

Cuando sueño, creo despertar en mi vieja habitación,
y recorro los pasillos de mi casa con los ojos cerrados.

Te echo de menos, vieja, pequeña, especial, translucida,
y portadora de vida casa blanca.