googleec0300c30f0b2b44.html Indígena de la tierra.: noviembre 2015

miércoles, 4 de noviembre de 2015

A las nubes

   Aquel día experimentamos lo que eran para nosotros las nubes: sólo algo pasajero. Así me atrevo a definirlas, tras su jovial pasada y su olor a tiempos remotos, el reconfortante petricor que nos enseña que algo más bello que el hombre florece en las afueras, allí donde nada se consigue ver; entre niebla, entre nuestro polvo, en los tejados de la propia civilización humana.
   Además de entrañar lo ajeno, las nubes para mí son eternas emigrantes. Recuerdo, ahora en este día de lluvia, lo que dijo Heráclito en su siglo V a.c, «En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]», y siento como si las nubes que vemos tampoco fueran las mismas; sus formas, su ritmo, su eterna constancia. Eternas viajeras que no dejan nunca de cambiar, que se irán para no volver, dejándonos a nosotros atrás…
   De ellas nacimos. En un día no tan alejado al de hoy, con su lluvia, su tierra mojada, su hastío a la eternidad. Así nacimos todos: sin preguntar primero. Después todo fue como siempre: alguien quiso sobrepasar la raya, tomó del árbol que no era (pero sí que era) la fruta que no debía y caímos en el laberinto de las puertas cerradas. Allí donde nos enseñaron que el saber, en suma, lleva a la autodestrucción; que el querer no es saber no estar solo; y que la verdadera pregunta no era “por qué”, sino “para qué”.
   De las nubes aprendí a no enfadarme. De ellas, sólo por ellas, supe ver lo absurdo que fui cuando me creí el centro del mundo, pues nadie lo es y todos lo somos.
   De esta manera supe ver que ellas son así: imperecederas, infatigables, como la gota de agua que me compone y me deshace; delicadas y fuertes al mismo tiempo, arrebatadoras y madre de todos. Por ello cuando las veo desaparecer sobre el final de mi horizonte, temo que no vuelvan jamás, pero algo dentro de mí me dice que regresarán. Será mi corazón de nube que a nada teme, que sabe que puede romper montañas y fatigar océanos. Algo valiente que se esconde y me condena.
 
   Porque ellas son el numen de todo, porque no son esclavas de nadie.
Porque yo acepté mi condición de nube.
Porque ellas.