Un presidente, un alto general, un representante tanto de un
pueblo como de un país no debería entender de derechas o de izquierdas. Debería
entender a razones y a sentimientos, no a números y estadísticas. Ni a acciones
políticas, religiosas, culturales y poéticas deberían de perjudicar en su
pensar. Un presidente debe ser frío y humano, aunque pocos se ganen tal
calificativo. El presidente debería de ver la mejor acción para mejorar el país
en el que vive y por consiguiente observar en que perjudica al resto de países
y al mundo. Si una acción perjudica aunque sea en una absurdidad a otro país,
esta acción no debería llevarse a cabo.
Los pensamientos egocéntricos nos han llevado a callejones
sin salida, a aguas poco profundas, y a charcos contaminados de miedo y hastío. El libre pensar por lo contrario nos llevará por senderos bellos
y prósperos, senderos llenos de fertilidad. Aguas tan profundas como el planeta
y ríos tan anchos como países enteros.
Ser presidente debe ser un orgullo, un sueño, una ilusión, y
un principio. Nunca debe ser una ambición.
Infrámico Bendess.
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