googleec0300c30f0b2b44.html Indígena de la tierra.: Llamada perdida.

viernes, 17 de abril de 2015

Llamada perdida.

   — Tú estuviste con Gabo, ¿No, Mina?
   Pero Mina no contestó, perdida entre el recuerdo de la huida de Mauro; porqué se fue tan de repente, sin decirme nada, sin ni siquiera despedirse de todos, sólo el sonido del teléfono y después el del portazo tras él, huyó sin ni siquiera darme un beso de despedida, para decirme que todo andaba bien, no es nada, no sos vos, no te preocupes luego te llamo y te cuento bien, pero se había marchado y la había dejado allí como una idiota esperando una llamada, una noticia, algo que le hiciera saber qué es lo que ocurría. Hacía una hora que se había marchado y nadie lo había notado, pero ella sentía la sensación extraña de que algo no andaba del todo bien. Él que no coge sus llamadas y ella y su preocupación estúpida, su recelo de que fuera otra, la envidia de la huida, de la no despedida, ella también quería irse, pero seguía encajada en el cómo.
   — ¿Mina?—  le repitió Julio mientras le tocaba la manga del jersey que colgaba de su brazo; una llamada de atención para que volviese de sus pensamientos.
   —Perdona, me perdí pensando una cosa,  ¿Yo con Gabo?—dijo, desvelando que estaba atenta a la conversación, pero que ésta le carecía de importancia y prefería sus pensamientos—Sí, pero ya sabés, una temporada corta, un juego de niños, nada más.
   —Vieron como sí salió con Gabo—replicó Julio que parecía ser el único que conocía la historia—. Bueno como fue una pavada no te molestará lo que ocurrió anoche: anoche, en el portal de la casa de Lucía, apareció Gabo en su bicicleta y hablando por el telefonillo le declaró su amor por ella. Ella, que siempre ha sentido algo por él, le dijo que sí y se dieron un beso enorme en la puerta del portal. Todo quedo ahí, en un beso, pero los dos idiotas ahora se sienten mal por todo lo que pueda pensar Mina de ellos. A vos no te importá, ¿cierto, Mina?
   —No, para nada. Ahora estoy con Mauro y estamos rebárbaro. Me alegro por ellos—dijo con una sonrisa de escaparate y,  terminando de atender al tema de conversación, dejo caer sus manos en el teléfono.
   — ¿Y vos como sabés eso?—le preguntó Rosi, la cual, había estado distraída armando un cigarrillo y que ahora, encendido, le otorgaba un aura de «madame» con su muñeca doblada y apoyada sobre el inicio y fin de su barbilla.
   —Carlos, que justamente pasaba por ahí, lo vio todo y me lo contó  al llegar a la casa.
   —El mundo es un pañuelo, y mucho más en Buenos Airesañadió Rosi fumando un poco más del cigarro de su mano.
   —Julio, ¿por qué no vino Carlos? —dijo María interesada en los problemas ajenos.
   —Mañana le toca presentar el examen de química de la universidad y está en casa estudiando. Literalmente me echó de casa con la excusa de que le distraía demasiado—le pidió permiso a Rosi y él también se armó un cigarrillo.
    —Bueno, pongan esa maldita película y que alguien llame a la idiota de Lucía y que deje de hacerse la novela en el interior de esa cocina.
    Y todas rieron y ninguna dijo ya nada, sólo se oía el televisor que dibujaba la película favorita de todas y únicamente, como trasfondo, se  escuchaba a Lucía acercarse mientras hablaba con Gabriel por teléfono y ambos discutían: ella tan valiente, cuando salga se lo voy a decir, déjate de pelotudeces Gabriel, se lo digo y ya, no te preocupes, es una tontería, seguro que ni le importa, y él tan cobarde, pero baja, no, no le digas nada, espera un tiempo, ella sabe que me gustaba y yo le gustaba a ella, además son amigas y le va a resultar extraño, pero suerte que Mina andaba en el extremo opuesto del sofá y nada oía y nada le importaba, sólo miraba el teléfono, el televisor siempre le había resultado un inventado raro. Miraba cómo el corazón del teléfono y el suyo se apagaban por momentos, pensando que porqué aquel tres por ciento de batería si apenas lo había usado, maldita compañía de mierda, menudo estorbo este cacharro. Mauro cada vez más lejos y ella más desesperada.
    — ¿Se acuerdan de Lucho?—dijo Celia, dueña de la casa y de las conversaciones, interlocutora que se centraba en ir marcando el margen de la charla, guiando a todas al mismo corral donde ella era la presentadora y el resto meros figurantes—, pues no se lo van a creer, pero Lucho se metió a un gimnasio y ahora está fantástico con esos ojos verdes, una musculosa espalda, y ese rostro fijo y serio que te mira sabiendo que ya no es tan feo, sabiéndolo todo y sabiendo que me tiemblan las piernas cuando me mira y me habla.
    — ¿Qué Lucho? ¿El de la escuela?—preguntó María sorprendida, sabiendo que ella lo había rechazado tantas veces como cursos tenía la escuela.
    —El mismo Lucho. Llevamos días hablando por el móvil y ya nos hemos dicho que nos gustamos, cómo queremos llamar a nuestros hijos; se lo imaginan, mulatos de piel de oro y ojos verdes, van a ser bellísimos. Así que es muy probable que lo traiga a la próxima reunión que hagamos para que lo vean.
    — ¡Qué bueno!— dijo Rosi apagando su cigarro—, traelo y así vemos lo bello que está—estas palabas disgustaron a Celia que, como dueña de la casa, requería de un respeto hacia ella y lo que ella ya llamaba a viva voz «su novio», aunque aún no se hubieran besado. Igualmente y, como sabía que Rosi lo decía todo a viva voz sin pensar mucho en las palabras, continuó describiendo detalladamente a Lucho, el cual, se había convertido en el tema principal de toda la reunión.
    Miró de nuevo el teléfono, arriesgando la poca batería que ya marcaba un número dos en su fondo de desesperación, pero tenía que verlo de nuevo, comprobar con sus ojos que no se había conectado y que no andaba pegándosela con otra, «22.04», respiró y se agobió aún más, si se hubiera conectado, al menos se me habría ido este agobio estúpido, no sé si está bien, si está mal, no sé dónde anda, carajo Mauro, contestá al maldito teléfono. Agarró palomitas del bolde que Lucía había traído, y mientras ésta la miraba con invitación de querer hablar, Mina se centraba de nuevo en el teléfono y dejaba aparte las conversaciones sobre Lucho y su cuerpo de gimnasio. Pensó en llamar a su madre, suerte de memoria celular que ya no obligaba a acordarse de los números. La localizó en la agenda, pero al instante el nombre se volvió nube, incesante luz que se pierde entre las sombras grises y negras; el teléfono quedó dormido en la palma de su mano y ya no quedaba otra que esperar, que mirar el móvil de Mauro por el teléfono de persona ajena o preguntarle a Celia sobre dónde guardó el número de la madre de Mauro para llamarla desde el fijo, pero Celia estaba tan perdida contando su encuentro con el nuevo Lucho que seguro ni se acordaba de dónde estaba el teléfono fijo. Todo lo que quedaba era esperar. « ¿Esperar a qué?» pensó mientras se dejó llevar por las conversación de Lucho, qué bueno, no me digas, pero yo no le recuerdo tan feo, tú siempre ves feos a todos Celia, todas rieron y Mauro quedó perdido, al igual que la llamada que sonó diez veces antes de que el traficante se diera cuenta de que algo vibraba en el bolsillo del joven. Lo recogió y miró en su interior, en la pantalla digital: «Mina, qué nombre tan bello para una mujer», volvió a meter el teléfono en el bolsillo y arrójenlo ya, esta mierda pesa demasiado, y el teléfono murió en el interior del pantalón mientras los peces picoteaban del cuello del muchacho donde una brecha de sangre irrumpía el azul del mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario